Ben Richey ha dedicado 17 años a reunir más de 12.000 videojuegos, creando un archivo histórico que va desde Atari hasta la PS5 tras comenzar con un hallazgo de sólo seis dólares y, lejos de ser solo exhibición, mantiene viva la colección jugando y compartiendo la nostalgia de cada título.
Un gamer y creador de contenido apasionado por la preservación digital llamado Ben Richey, ha transformado una habitación de su hogar en un santuario histórico que alberga más de 12.000 videojuegos, algo que comenzó en 2008 con el hallazgo fortuito de una consola Sega por seis dólares, en una tienda de segunda mano, y que desde ahí ha evolucionado hasta convertirse en una biblioteca integral que abarca desde la era de Atari hasta la PlayStation 5.
Pero , a diferencia de los coleccionistas de nicho, Richey ha construido un archivo que ignora fronteras generacionales, reuniendo casi dos décadas de historia interactiva apilada de piso a techo, donde cada título es celebrado no solo como un objeto de exhibición, sino como una pieza de nostalgia jugable.
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De una tienda de segunda mano al infinito
Para muchos entusiastas del entretenimiento digital, el orgullo reside en una estantería selecta que muestra sus títulos favoritos, pero para Ben Richey, el concepto de “colección” ha trascendido la mera afición para convertirse en una labor de curaduría masiva. La pregunta que muchos se hacen al ver las imágenes de su archivo es, ¿cómo se ven realmente 17 años de dedicación ininterrumpida?, y la respuesta está en una habitación meticulosamente organizada, la cual desafía las dimensiones convencionales de una biblioteca doméstica.
El origen de este monumental proyecto se remonta a 2007, en un escenario tan mundano como una tienda de ropa usada. Mientras buscaba camisetas, Richey se topó con una pieza de hardware que cambiaría su vida, una placa arcade Sega Model 3, etiquetada con un precio irrisorio de seis dólares, siendo un hallazgo fortuito que fue la chispa que inició todo.
Así, Richey, quien durante su infancia no tuvo acceso a una gran variedad de videojuegos propios, limitándose a jugar en casa de sus abuelos o visitando amigos para disfrutar de la Nintendo 64 y la GameCube, comprendió de repente que recuperar el tiempo perdido era posible. Se dio cuenta de que, con una inversión mínima y mucha paciencia, podía empezar a rastrear, adquirir y, lo más importante, jugar todos aquellos títulos que habían marcado su niñez desde la distancia.
Como adelantamos, la colección de Richey no es un simple depósito de plásticos y cartuchos, porque es una estructura organizada con rigor bibliotecario, siendo actualmente un inventario que supera los 12.000 títulos, una cifra que sigue en aumento y que no discrimina por plataforma, generación o editora. Mientras que la tendencia habitual en el coleccionismo es la especialización, centrándose en una era dorada específica, una franquicia amada o un fabricante en particular, Richey ha optado por un enfoque enciclopédico.
Su archivo es un viaje transversal que comienza en los albores de la computación personal y la era de Atari, atraviesa la revolución de los 32 y 64 bits, y aterriza con firmeza en la generación actual de consolas como la PlayStation 5. Junto a esto, visualmente el espacio es impactante. Los juegos están dispuestos alfabéticamente y segregados por consola, ocupando estanterías personalizadas que cubren las paredes desde el suelo hasta el techo.

Entre sus logros más destacados se encuentran conjuntos casi completos (full sets) para sistemas emblemáticos como la Nintendo 64, la Nintendo GameCube y la Sega Saturn. La habitación actúa como una cápsula del tiempo hermética de los años 90 y principios de los 2000, complementada por la presencia de televisores CRT (de tubo de rayos catódicos), esenciales para experimentar los juegos clásicos con la fidelidad visual original, siendo un testimonio físico de la evolución tecnológica del medio.
Una colección viva y compartida
Lo que distingue a Ben Richey de otros acumuladores de rarezas es su filosofía de uso, porque a pesar de que algunos productos permanecen sellados por su valor histórico, el corazón de su colección late a través de la interacción y Richey no solo acumula títulos para el estante, sino que los juega. Su presencia en redes sociales, especialmente en TikTok, se ha convertido en una extensión digital de su habitación física.
Allí, lejos de comportarse como un guardián celoso de sus tesoros, actúa como un divulgador de la nostalgia, compartiendo su pasión con una audiencia global y en sus videos demuestra un entusiasmo genuino al encender software antiguo y hardware olvidado, respondiendo a las preguntas de la comunidad y realizando demostraciones de partes específicas de su inmensa variedad de juegos, consolas y controladores.

Es así como para finalizar, su contenido se centra en la experiencia emocional del “gaming”, permitiendo que sus seguidores revivan sus propios recuerdos a través de la pantalla. Todo esto para Richey, estos 12.000 objetos no son trofeos estáticos, sino llaves de acceso a experiencias pasadas que, gracias a su labor de preservación, siguen muy vivas en el presente.
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