Cada noche, luces que parecen meteoritos cruzan el cielo norteamericano, pero en realidad son satélites Starlink quemándose al reingresar a la atmósfera y actualmente se desintegran unos dos al día, y esa cifra aumentará conforme crezca la constelación de SpaceX.
Durante las últimas noches, quienes han mirado al cielo desde el oeste de Canadá o Estados Unidos se han encontrado con un espectáculo que parece sacado de un sueño.
Esto es puntos luminosos atravesando la oscuridad, como si el firmamento estuviera lleno de estrellas fugaces.
Sin embargo, lo que muchos han confundido con meteoritos no son más que satélites de la constelación Starlink, compañía de Elon Musk, desintegrándose mientras reingresan a la atmósfera terrestre tras cumplir su vida útil.
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Órbitas bajas, vidas cortas: el diseño calculado de Starlink
De acuerdo con el astrofísico retirado de Harvard Jonathan McDowell, cerca de dos satélites Starlink se queman en la atmósfera cada día, una cifra que continuará en aumento.
Como reportan en PC Gamer, “eso no es una estrella fugaz, es otro satélite Starlink ardiendo”, los cuales a diferencia de otros sistemas de comunicación satelital, estos apuestan por colocar sus equipos en órbitas bajas, a unos pocos cientos de kilómetros sobre la superficie terrestre.
En esa altitud, la delgada capa atmosférica aún ejerce una fricción considerable, lo que obliga a los satélites a realizar impulsos periódicos para mantenerse estables.
Este fenómeno limita su vida útil a unos cinco años, tras los cuales pierden altura y se desintegran.
El modelo, lejos de ser un error de ingeniería, es parte del diseño intencional de SpaceX, ya que la compañía prevé desplegar entre 12.000 y 40.000 satélites en las próximas décadas.
Si se calcula una flota promedio de 15.000 satélites, con un reemplazo cada cinco años, se estima que la empresa lanzará y dejará caer unos 3.000 satélites anualmente, lo que equivale a unos ocho aparatos desintegrándose en la atmósfera cada día.

Esta dinámica tiene ventajas importantes, porque al operar en órbitas tan bajas, los satélites se destruyen de forma natural y rápida, evitando que se acumulen restos espaciales.
Así, Starlink busca minimizar el riesgo de la temida “síndrome de Kessler”, una reacción en cadena en la que los choques entre objetos en órbita generan más escombros, multiplicando las probabilidades de colisión y poniendo en jaque la seguridad del espacio cercano a la Tierra.
Entre la belleza y el riesgo, los efectos de una constelación en llamas
Aunque las luces en el cielo pueden parecer inofensivas, la presencia masiva de satélites Starlink no está exenta de riesgos.
Un informe de la Federal Aviation Administration (FAA) publicado en 2023 advierte que, para el año 2035, una persona podría resultar herida o muerta por la caída de restos de satélites cada dos años.
El mismo estudio estima que el 85% de los desechos espaciales corresponderá a satélites Starlink para esa fecha.
Aun así, la mayoría de los fragmentos se consume por completo antes de llegar al suelo, reduciendo considerablemente las probabilidades de impacto.

El debate, sin embargo, se traslada al terreno legal: según los tratados internacionales, las empresas privadas no son responsables directas por los daños ocasionados por desechos espaciales. En cambio, la responsabilidad recae en los países de origen de esas compañías, en este caso, Estados Unidos.
Para cerrar, cada destello que cruza el cielo puede ser tanto un símbolo del avance tecnológico como un recordatorio de sus consecuencias.
Y aunque el reporte venga de el hemisferio norte, la próxima vez que veas una “estrella fugaz” en nuestra región, piensa que quizás estés presenciando el final de uno de los miles de satélites de Elon Musk.
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